El
arte escultórico ha experimentado en las últimas tres décadas profundos
cambios. Fruto de ellos ocupa ahora formas y parcelas antes reservadas a
otras manifestaciones artísticas, utilizando además materiales que nada
tienen que ver con los clásicos mármol, bronce o piedra. Esculturas que desbordan la escala
para ocupar espacios voluminosos, como si de grandes edificios se
tratara. Que propician espacios interiores sobre los que caminamos o
bajo los cuales miramos al exterior o podemos cobijarnos, como ocurre
con el Elogio del Horizonte, de Eduardo Chillida.
A partir de los años setenta, se lleva a cabo un intento por dignificar los tan deteriorados espacios urbanos, y creándose una nueva relación entre el arte y el territorio. Las ciudades se llenan de esculturas a cielo abierto, de arte público, en muchas ocasiones no exento de polémicas y conflictos. La escultura se ha insertado en el urbanismo, ayudando a transformar los espacios, acercándolos a los ciudadanos.
A partir de los años setenta, se lleva a cabo un intento por dignificar los tan deteriorados espacios urbanos, y creándose una nueva relación entre el arte y el territorio. Las ciudades se llenan de esculturas a cielo abierto, de arte público, en muchas ocasiones no exento de polémicas y conflictos. La escultura se ha insertado en el urbanismo, ayudando a transformar los espacios, acercándolos a los ciudadanos.
Trayectoria
Las
obras escultóricas emplazadas en espacios públicos en Gijón, comienzan a
implantarse en la última década del siglo XIX. Fue la época del auge
del monumento conmemorativo en España, caracterizado
por grandes estatuas en bronce, piedra o marmol sobre altos pedestales.
De aquella forma de entender la escultura en espacios públicos quedaron
en Gijón dos ejemplos: el Monumento a Pelayo de José Mª López y el
Monumento a Jovellanos de Manuel Fuxá en 1891.
Esta tendencia continuó en los inicios del siglo XX, incluyendo una variante: el busto, siendo ejemplos representativos de los años 20 el Monumento a Evaristo San Miguel y el Monumento a Manuel Orueta de Emiliano Barral, inaugurado en 1927 y primer intento renovador de la escultura conmemorativa.
El parque de Isabel la Católica, creado en los años 50, acogió un gran número de obras escultóricas, relacionadas en muchos casos con gijoneses ilustres, entre las que destacan: los pintores Evaristo Valle y Nicanor Piñole de Manuel Álvarez Laviada; el industrial Romualdo Alvargonzález Lanquine de Gerardo Zaragoza; el Monumento a Fleming, primero en el mundo dedicado al descubridor de la penicilina, inaugurado en 1955 y realizado por el escultor Manuel Álvarez Laviada y el arquitecto Luis Moya, autores, también, del Monumento a los Héroes del Simancas. Esta es la única obra característica de la monumentalidad franquista que se conserva en Gijón.
En 1970 Ramón Muriedas instala en el Rinconín su Monumento a la Madre del Emigrante, primera obra escultórica de lenguaje moderno instalada en un espacio público de la ciudad. En los años 70 se inauguran, además, el Monumento a César Augusto y varios bustos-retratos dedicados a Dionisio Cifuentes, Calixto Rato, Severo Ochoa, Carlos Prieto y Arturo Arias, realizadas por Francisco González Macias.
Los primeros pasos hacia la renovación de la escultura pública se dieron en Gijón a mediados de los años 80. En los nuevos espacios urbanos se instalaron esculturas caracterizadas por la utilización de nuevos lenguajes plásticos y materiales. Ejemplos de estas nuevas creaciones son la zona de juego del Parque Severo Ochoa, realizado por el Grupo G, Homenaje a la navegación de Vicente Vázquez Canónico y Árbol de la ciencia de Juan Zaratiegui.
La tendencia "modernizadora" se consolida a lo largo de la década de los noventa con un nuevo concepto de escultura, creada para un lugar específico, diseñada para dar una nueva imagen del espacio urbano y recuperando la escala monumental. Obras unidas a importantes operaciones urbanísticas que se encargan a artistas significativos del panorama regional y nacional.
Al Elogio del Horizonte, de Eduardo Chillida, le siguieron el Monumento de la Paz Mundial, de Manuel Arenas, Escalada, de Pablo Maojo, Génesis de Joaquín Rubio Camín, Nordeste, de Joaquín Vaquero Turcios y la ordenación de espacios en la Plaza del Humedal, con el Cubo luminoso en medio arco, obra de Alejandro Mieres.
En La Providencia, se instalaron Paisaje Germinador, de Miguel Ángel Lombardía, y Homenaje a Galileo Galilei XV, de Amadeo Gabino; en el parque del Rinconín los eslabones unidos de Solidaridad, obra de Pepe Noja; y en el Mayán de Tierra, se alzan las Sombras de Luz de Fernando Alba.
Otras esculturas han visto la luz en el umbral de los dos siglos: Evocación, en homenaje al periodista Francisco Carantoña y realizada por J. Rubio Camín; Andarín, de Miquel Navarro; Monumento a la República de Acisclo Manzano y Xaime Quessada; En la memoria-Na memoria, de María Jesús Rodríguez y la Torre de la memoria de Francisco Fresno. A estas obras se unen otras de tendencia figurativa, más tradicionales como Sentimientos de Manuel García Linares o Copulaciones de Pedro Sanjurjo Pieycha, entre otras. En el año 2001 se instaló una obra de Herminio.
El Elogio del Horizonte está concebido a partir de un modelo de pequeño formato, que ha ido «creciendo» hasta alcanzar diez metros de altura y un peso de 500 toneladas. Está realizado en hormigón armado, en el propio emplazamiento, el Cerro de Santa Catalina, a partir de dos pilares que actúan como soportes de una elipse abierta. Con sus brazos acogedores y su cuerpo sólido y, a la vez, liviano, el Elogio parece querer lanzarse a volar. El cielo es el techo de esta casa común, en cuyo interior la música del viento suena. El Elogio del Horizonte es también el elogio de la naturaleza, sobre el promontorio donde hace veinte siglos un pueblo echó raíces y escogió los límites de su hogar.
El Monumento a la Paz Mundial es una escultura de hormigón blanco y complemento de hierro que tiene un peso de veinte toneladas. Sus cinco módulos conforman dos estructuras bien diferenciadas que se cruzan perpendicularmente y se alzan sobre una plataforma circular que representa la Tierra. Los módulos están soportados y unidos mediante cilindros de hierro. Los cinco coinciden en un punto de encuentro, el eje central de la escultura, un lugar para la comunicación.
El título, Génesis, da las pistas necesarias para comprender este grupo escultórico de tres piezas, con seis, cuatro y dos metros de altura, respectivamente, que forman una composición abstracta y muy armónica, de gran rigor constructivo. El hormigón empleado es de color gris y textura lisa, elevado sobre el césped e integrado en el entorno. El jardín es parte de la escultura, como lo es el rumor del agua que se desliza en la fuente cercana o el bullicio de la tarde. Génesis nace cada día en esa hora de encuentro gijonés.
Escalada se compone de varias piezas verticales de chapa de acero, soldadas entre sí y procedentes de la empresa siderúrgica Aceralia. Su vinculación con el Pabellón de Deportes va mucho más allá del mero simbolismo. Esos once metros de altura que el visitante "escala" con la vista se corresponden con la altura de los pilares interiores del edificio, y el color rojo del monolito es idéntico al de las gradas de la pista central. Escalada es como una gran montaña donde la luz se refleja y rompe en mil destellos. Uno de sus laterales está labrado con dientes de sierra, asideros hacia la cumbre, marcas en el largo ascenso...
Nordeste tiene cuatro metros de alto por cinco de ancho y es un inequívoco signo de vinculación entre Gijón -la ciudad-, el mar -el Cantábrico-, y la industria, motor de desarrollo a lo largo del siglo XX. Es Nordeste una estela, un mural. En su estructura alternan las superficies lisas con otras superpuestas, irregulares. Está el acero perforado, quizá para permitir que el viento se recree en ella, cuando la luz colabora, el Nordeste parece recortado sobre el cielo y el mar. Y está el acero oxidado por el paso del tiempo, rojizo y duro, borracho de salitre y compañero de gaviotas que vienen a posarse sobre sus lomos.
El Cubo de Alejandro Mieres es el elemento central de todo un espacio diseñado por el autor. Un cubo luminoso que por las noches cambia regularmente de color es parte de la escultura, la más llamativa, pero no la única. Frente al cubo de vidrio, las gradas, concebidas también como una escultura urbana. Si observamos esas gradas desde las alturas, comprobaremos que Mieres recreó en ellas los surcos de sus cuadros, su lenguaje geométrico. El diseño de este espacio se completa con el pavimento artístico de sus zonas peatonales, realizado por el artista Bernardo Sanjurjo. Franjas ondulantes de distintos colores que contrastan con el gris del suelo.
Galileo Galilei buscaría signos del cielo en la superficie rugosa del Homenaje. El conjunto escultórico, de unos tres metros de altura, está formado por dos estructuras geométricas semicirculares, realizadas en acero cortén y colocadas de forma oblicua. Cada una de esas dos estructuras está compuesta a su vez por planchas unidas mediante soldadura, que se curvan y arquean, y dibujan rutas concéntricas en este mapa que define mil planetas del cosmos de los sueños.
Paisaje Germinador se abre a cualquier lectura. Un ser de magma, un satélite espacial a punto de elevarse, un dinosaurio destartalado y herido, un cíclope que ve mar a través de su único ojo... Escultura sobre pedestal, muy trabajada sin parecerlo, de casi tres metros de altura y situada en zona verde a la sombra de la gran proa-mirador del parque de la Providencia. Una escultura que permite ser tocada. A corta distancia, el Paisaje ofrece detalles insospechados y sus brazos informes le dan aspecto de veleta y brújula.
Sombras de Luz es un conjunto formado por cuatro monumentales planchas rectangulares, de acero cortén y unos cinco metros de altura, dispuestas en posición vertical y orientadas a cada uno de los puntos cardinales. Cada plancha ha sido perforada en círculos de distinto diámetro, por los que penetra la luz y se recrean las sombras. Un juego desde el que contemplar la fachada marítima, o un trozo de ella, según la ventana mágica a la que nos acerquemos. Cuando en los atardeceres el sol se zambulle en el Cantábrico, las planchas de Sombras de Luz toman el color del astro, como recién salidas del horno alto, y proyectan a través de los agujeros su luminosidad de perfiles nítidos, casi entubados. Focos que avisan: comienza el espectáculo.
Formas puras de cilindros anudados. Así se explica desde el punto de vista más material esta escultura que tiene vocación de símbolo. Realizada en acero inoxidable, pesa tres toneladas y media y está formada por cuatro formas cilíndricas a modo de eslabones que se entrelazan. Una cadena que significa unión, pero también libertad, porque los eslabones de esa cadena están abiertos, no pierden su independencia, su autonomía formal. En Solidaridad el acero inoxidable, duro frente a la intemperie, se vuelve de apariencia blanda y moldeable, con un acabado brillante. Solidaridad parece retener la luz y expulsarla a los cuatro vientos.
Andarín es una figura de tres metros de altura, sobre pedestal, realizada en aluminio. Es el conjunto de la unión de elementos geométricos -paralepípedos, cilindros y pirámide- que dan como resultado un esquemático perfil humano, estilizado y ligero, y de formas tan básicas que parece un juguete. El Andarín de Miquel Navarro es abstracto, pero no por ello pierde su imagen de movimiento. Todo en él es geometría, pero no por ello pierde su sentido antropomórfico. Al fin y al cabo, ¿qué es el hombre, sino geometría?
Monumento a la República es un conjunto escultórico de dos piezas realizadas en hierro fundido. Una, circular y de tres metros de diámetro, está asentada sobre una estructura cilíndrica. Sobre su superficie aparecen grabados símbolos que nos trasladan a culturas ancestrales. Nos recuerdan la tradición celta, pero también la milenaria egipcia, la misteriosa maya o las culturas orientales. El segundo elemento es una columna conmemorativa, de formas onduladas que parecen esculpidas por el viento. Observamos en su base el rostro, con forma pero sin rasgos, de una mujer. En la copa, el perfil más figurativo de un pájaro que otea el horizonte.
En la Memoria-Na Memoria es un grupo escultórico formado por dos piezas, pequeños monolitos negros de algo más de dos metros de altura y forma irregular. Están realizados en hierro fundido e instalados en el medio de un pequeño estanque, en buena compañía de juncos y plantas acuáticas de superficie. Son tótems aparentemente desgastados, como fósiles inmóviles. Vegetales hechos piedra y surcados por mil hendiduras. En su base, un lecho de cantos rodados, un mundo de transparencias al alcance del paseante.
Torre de la Memoria proyecta una sombra alargada, que es parte de sí misma. Sus dimensiones contrastan con el entorno: prisma de 16 metros de altura, de hierro y acero, sobre el que se adosan mil pequeños relieves geométricos de acero inoxidable y formas variadas. Torre como un faro interior; o como una chimenea, hermana de las muchas que poblaron el paisaje industrial y que el siglo se encargó de dinamitar. Los relieves sobre su superficie dibujan sin querer signos y rostros, mapas de mundos inexplorados, mensajes que los dioses de la Memoria intentan evitar que olvidemos. Torre que es, además, símbolo de la industrialización gijonesa y recuerdo de la vieja fábrica que durante tanto tiempo funcionó en los terrenos donde hoy se asienta el parque.
Se trata de una pieza de grandes dimensiones, 12 metros, en la que Herminio vuelve a manifestar su preocupación por el equilibrio ingrávido. Es una pieza geométrica basada en un equilibrio aparentemente imposible. La fuerza de la gravedad se equilibra con la fuerza magnética produciendo una obra en tensión. Hay en esta pieza un equilibrio armonioso entre la referencia a un orden constructivo y cierta resonancia orgánica.
Esta tendencia continuó en los inicios del siglo XX, incluyendo una variante: el busto, siendo ejemplos representativos de los años 20 el Monumento a Evaristo San Miguel y el Monumento a Manuel Orueta de Emiliano Barral, inaugurado en 1927 y primer intento renovador de la escultura conmemorativa.
El parque de Isabel la Católica, creado en los años 50, acogió un gran número de obras escultóricas, relacionadas en muchos casos con gijoneses ilustres, entre las que destacan: los pintores Evaristo Valle y Nicanor Piñole de Manuel Álvarez Laviada; el industrial Romualdo Alvargonzález Lanquine de Gerardo Zaragoza; el Monumento a Fleming, primero en el mundo dedicado al descubridor de la penicilina, inaugurado en 1955 y realizado por el escultor Manuel Álvarez Laviada y el arquitecto Luis Moya, autores, también, del Monumento a los Héroes del Simancas. Esta es la única obra característica de la monumentalidad franquista que se conserva en Gijón.
En 1970 Ramón Muriedas instala en el Rinconín su Monumento a la Madre del Emigrante, primera obra escultórica de lenguaje moderno instalada en un espacio público de la ciudad. En los años 70 se inauguran, además, el Monumento a César Augusto y varios bustos-retratos dedicados a Dionisio Cifuentes, Calixto Rato, Severo Ochoa, Carlos Prieto y Arturo Arias, realizadas por Francisco González Macias.
Los primeros pasos hacia la renovación de la escultura pública se dieron en Gijón a mediados de los años 80. En los nuevos espacios urbanos se instalaron esculturas caracterizadas por la utilización de nuevos lenguajes plásticos y materiales. Ejemplos de estas nuevas creaciones son la zona de juego del Parque Severo Ochoa, realizado por el Grupo G, Homenaje a la navegación de Vicente Vázquez Canónico y Árbol de la ciencia de Juan Zaratiegui.
La tendencia "modernizadora" se consolida a lo largo de la década de los noventa con un nuevo concepto de escultura, creada para un lugar específico, diseñada para dar una nueva imagen del espacio urbano y recuperando la escala monumental. Obras unidas a importantes operaciones urbanísticas que se encargan a artistas significativos del panorama regional y nacional.
Al Elogio del Horizonte, de Eduardo Chillida, le siguieron el Monumento de la Paz Mundial, de Manuel Arenas, Escalada, de Pablo Maojo, Génesis de Joaquín Rubio Camín, Nordeste, de Joaquín Vaquero Turcios y la ordenación de espacios en la Plaza del Humedal, con el Cubo luminoso en medio arco, obra de Alejandro Mieres.
En La Providencia, se instalaron Paisaje Germinador, de Miguel Ángel Lombardía, y Homenaje a Galileo Galilei XV, de Amadeo Gabino; en el parque del Rinconín los eslabones unidos de Solidaridad, obra de Pepe Noja; y en el Mayán de Tierra, se alzan las Sombras de Luz de Fernando Alba.
Otras esculturas han visto la luz en el umbral de los dos siglos: Evocación, en homenaje al periodista Francisco Carantoña y realizada por J. Rubio Camín; Andarín, de Miquel Navarro; Monumento a la República de Acisclo Manzano y Xaime Quessada; En la memoria-Na memoria, de María Jesús Rodríguez y la Torre de la memoria de Francisco Fresno. A estas obras se unen otras de tendencia figurativa, más tradicionales como Sentimientos de Manuel García Linares o Copulaciones de Pedro Sanjurjo Pieycha, entre otras. En el año 2001 se instaló una obra de Herminio.
El Elogio del Horizonte está concebido a partir de un modelo de pequeño formato, que ha ido «creciendo» hasta alcanzar diez metros de altura y un peso de 500 toneladas. Está realizado en hormigón armado, en el propio emplazamiento, el Cerro de Santa Catalina, a partir de dos pilares que actúan como soportes de una elipse abierta. Con sus brazos acogedores y su cuerpo sólido y, a la vez, liviano, el Elogio parece querer lanzarse a volar. El cielo es el techo de esta casa común, en cuyo interior la música del viento suena. El Elogio del Horizonte es también el elogio de la naturaleza, sobre el promontorio donde hace veinte siglos un pueblo echó raíces y escogió los límites de su hogar.
El Monumento a la Paz Mundial es una escultura de hormigón blanco y complemento de hierro que tiene un peso de veinte toneladas. Sus cinco módulos conforman dos estructuras bien diferenciadas que se cruzan perpendicularmente y se alzan sobre una plataforma circular que representa la Tierra. Los módulos están soportados y unidos mediante cilindros de hierro. Los cinco coinciden en un punto de encuentro, el eje central de la escultura, un lugar para la comunicación.
El título, Génesis, da las pistas necesarias para comprender este grupo escultórico de tres piezas, con seis, cuatro y dos metros de altura, respectivamente, que forman una composición abstracta y muy armónica, de gran rigor constructivo. El hormigón empleado es de color gris y textura lisa, elevado sobre el césped e integrado en el entorno. El jardín es parte de la escultura, como lo es el rumor del agua que se desliza en la fuente cercana o el bullicio de la tarde. Génesis nace cada día en esa hora de encuentro gijonés.
Escalada se compone de varias piezas verticales de chapa de acero, soldadas entre sí y procedentes de la empresa siderúrgica Aceralia. Su vinculación con el Pabellón de Deportes va mucho más allá del mero simbolismo. Esos once metros de altura que el visitante "escala" con la vista se corresponden con la altura de los pilares interiores del edificio, y el color rojo del monolito es idéntico al de las gradas de la pista central. Escalada es como una gran montaña donde la luz se refleja y rompe en mil destellos. Uno de sus laterales está labrado con dientes de sierra, asideros hacia la cumbre, marcas en el largo ascenso...
Nordeste tiene cuatro metros de alto por cinco de ancho y es un inequívoco signo de vinculación entre Gijón -la ciudad-, el mar -el Cantábrico-, y la industria, motor de desarrollo a lo largo del siglo XX. Es Nordeste una estela, un mural. En su estructura alternan las superficies lisas con otras superpuestas, irregulares. Está el acero perforado, quizá para permitir que el viento se recree en ella, cuando la luz colabora, el Nordeste parece recortado sobre el cielo y el mar. Y está el acero oxidado por el paso del tiempo, rojizo y duro, borracho de salitre y compañero de gaviotas que vienen a posarse sobre sus lomos.
El Cubo de Alejandro Mieres es el elemento central de todo un espacio diseñado por el autor. Un cubo luminoso que por las noches cambia regularmente de color es parte de la escultura, la más llamativa, pero no la única. Frente al cubo de vidrio, las gradas, concebidas también como una escultura urbana. Si observamos esas gradas desde las alturas, comprobaremos que Mieres recreó en ellas los surcos de sus cuadros, su lenguaje geométrico. El diseño de este espacio se completa con el pavimento artístico de sus zonas peatonales, realizado por el artista Bernardo Sanjurjo. Franjas ondulantes de distintos colores que contrastan con el gris del suelo.
Galileo Galilei buscaría signos del cielo en la superficie rugosa del Homenaje. El conjunto escultórico, de unos tres metros de altura, está formado por dos estructuras geométricas semicirculares, realizadas en acero cortén y colocadas de forma oblicua. Cada una de esas dos estructuras está compuesta a su vez por planchas unidas mediante soldadura, que se curvan y arquean, y dibujan rutas concéntricas en este mapa que define mil planetas del cosmos de los sueños.
Paisaje Germinador se abre a cualquier lectura. Un ser de magma, un satélite espacial a punto de elevarse, un dinosaurio destartalado y herido, un cíclope que ve mar a través de su único ojo... Escultura sobre pedestal, muy trabajada sin parecerlo, de casi tres metros de altura y situada en zona verde a la sombra de la gran proa-mirador del parque de la Providencia. Una escultura que permite ser tocada. A corta distancia, el Paisaje ofrece detalles insospechados y sus brazos informes le dan aspecto de veleta y brújula.
Sombras de Luz es un conjunto formado por cuatro monumentales planchas rectangulares, de acero cortén y unos cinco metros de altura, dispuestas en posición vertical y orientadas a cada uno de los puntos cardinales. Cada plancha ha sido perforada en círculos de distinto diámetro, por los que penetra la luz y se recrean las sombras. Un juego desde el que contemplar la fachada marítima, o un trozo de ella, según la ventana mágica a la que nos acerquemos. Cuando en los atardeceres el sol se zambulle en el Cantábrico, las planchas de Sombras de Luz toman el color del astro, como recién salidas del horno alto, y proyectan a través de los agujeros su luminosidad de perfiles nítidos, casi entubados. Focos que avisan: comienza el espectáculo.
Formas puras de cilindros anudados. Así se explica desde el punto de vista más material esta escultura que tiene vocación de símbolo. Realizada en acero inoxidable, pesa tres toneladas y media y está formada por cuatro formas cilíndricas a modo de eslabones que se entrelazan. Una cadena que significa unión, pero también libertad, porque los eslabones de esa cadena están abiertos, no pierden su independencia, su autonomía formal. En Solidaridad el acero inoxidable, duro frente a la intemperie, se vuelve de apariencia blanda y moldeable, con un acabado brillante. Solidaridad parece retener la luz y expulsarla a los cuatro vientos.
Andarín es una figura de tres metros de altura, sobre pedestal, realizada en aluminio. Es el conjunto de la unión de elementos geométricos -paralepípedos, cilindros y pirámide- que dan como resultado un esquemático perfil humano, estilizado y ligero, y de formas tan básicas que parece un juguete. El Andarín de Miquel Navarro es abstracto, pero no por ello pierde su imagen de movimiento. Todo en él es geometría, pero no por ello pierde su sentido antropomórfico. Al fin y al cabo, ¿qué es el hombre, sino geometría?
Monumento a la República es un conjunto escultórico de dos piezas realizadas en hierro fundido. Una, circular y de tres metros de diámetro, está asentada sobre una estructura cilíndrica. Sobre su superficie aparecen grabados símbolos que nos trasladan a culturas ancestrales. Nos recuerdan la tradición celta, pero también la milenaria egipcia, la misteriosa maya o las culturas orientales. El segundo elemento es una columna conmemorativa, de formas onduladas que parecen esculpidas por el viento. Observamos en su base el rostro, con forma pero sin rasgos, de una mujer. En la copa, el perfil más figurativo de un pájaro que otea el horizonte.
En la Memoria-Na Memoria es un grupo escultórico formado por dos piezas, pequeños monolitos negros de algo más de dos metros de altura y forma irregular. Están realizados en hierro fundido e instalados en el medio de un pequeño estanque, en buena compañía de juncos y plantas acuáticas de superficie. Son tótems aparentemente desgastados, como fósiles inmóviles. Vegetales hechos piedra y surcados por mil hendiduras. En su base, un lecho de cantos rodados, un mundo de transparencias al alcance del paseante.
Torre de la Memoria proyecta una sombra alargada, que es parte de sí misma. Sus dimensiones contrastan con el entorno: prisma de 16 metros de altura, de hierro y acero, sobre el que se adosan mil pequeños relieves geométricos de acero inoxidable y formas variadas. Torre como un faro interior; o como una chimenea, hermana de las muchas que poblaron el paisaje industrial y que el siglo se encargó de dinamitar. Los relieves sobre su superficie dibujan sin querer signos y rostros, mapas de mundos inexplorados, mensajes que los dioses de la Memoria intentan evitar que olvidemos. Torre que es, además, símbolo de la industrialización gijonesa y recuerdo de la vieja fábrica que durante tanto tiempo funcionó en los terrenos donde hoy se asienta el parque.
Se trata de una pieza de grandes dimensiones, 12 metros, en la que Herminio vuelve a manifestar su preocupación por el equilibrio ingrávido. Es una pieza geométrica basada en un equilibrio aparentemente imposible. La fuerza de la gravedad se equilibra con la fuerza magnética produciendo una obra en tensión. Hay en esta pieza un equilibrio armonioso entre la referencia a un orden constructivo y cierta resonancia orgánica.
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