Descripción:
El
arte escultórico ha experimentado en las últimas tres décadas profundos
cambios. Fruto de ellos ocupa ahora formas y parcelas antes reservadas a
otras manifestaciones artísticas, utilizando además materiales que nada
tienen que ver con los clásicos mármol, bronce o piedra. Esculturas que desbordan la escala
para ocupar espacios voluminosos, como si de grandes edificios se
tratara. Que propician espacios interiores sobre los que caminamos o
bajo los cuales miramos al exterior o podemos cobijarnos, como ocurre
con el Elogio del Horizonte, de Eduardo Chillida.
A partir de los
años setenta, se lleva a cabo un intento por dignificar los tan
deteriorados espacios urbanos, y creándose una nueva relación entre el
arte y el territorio. Las ciudades se llenan de esculturas
a cielo abierto, de arte público, en muchas ocasiones no exento de
polémicas y conflictos. La escultura se ha insertado en el urbanismo,
ayudando a transformar los espacios, acercándolos a los ciudadanos.
Trayectoria
Las
obras escultóricas emplazadas en espacios públicos en Gijón, comienzan a
implantarse en la última década del siglo XIX. Fue la época del auge
del monumento conmemorativo en España, caracterizado
por grandes estatuas en bronce, piedra o marmol sobre altos pedestales.
De aquella forma de entender la escultura en espacios públicos quedaron
en Gijón dos ejemplos: el Monumento a Pelayo de José Mª López y el
Monumento a Jovellanos de Manuel Fuxá en 1891.
Esta tendencia
continuó en los inicios del siglo XX, incluyendo una variante: el busto,
siendo ejemplos representativos de los años 20 el Monumento a Evaristo San Miguel y el Monumento a Manuel Orueta de Emiliano Barral, inaugurado en 1927 y primer intento renovador de la escultura conmemorativa.
El
parque de Isabel la Católica, creado en los años 50, acogió un gran
número de obras escultóricas, relacionadas en muchos casos con gijoneses
ilustres, entre las que destacan: los pintores Evaristo Valle y Nicanor
Piñole de Manuel Álvarez Laviada; el industrial Romualdo Alvargonzález
Lanquine de Gerardo Zaragoza; el Monumento a Fleming,
primero en el mundo dedicado al descubridor de la penicilina, inaugurado
en 1955 y realizado por el escultor Manuel Álvarez Laviada y el
arquitecto Luis Moya, autores, también, del Monumento a los Héroes del
Simancas. Esta es la única obra característica de la monumentalidad
franquista que se conserva en Gijón.
En 1970 Ramón Muriedas instala en el Rinconín su Monumento a la Madre del Emigrante,
primera obra escultórica de lenguaje moderno instalada en un espacio
público de la ciudad. En los años 70 se inauguran, además, el Monumento a
César Augusto y varios bustos-retratos dedicados a Dionisio Cifuentes,
Calixto Rato, Severo Ochoa, Carlos Prieto y Arturo Arias, realizadas por
Francisco González Macias.
Los primeros pasos hacia la
renovación de la escultura pública se dieron en Gijón a mediados de los
años 80. En los nuevos espacios urbanos se instalaron esculturas
caracterizadas por la utilización de nuevos lenguajes plásticos y
materiales. Ejemplos de estas nuevas creaciones son la zona de juego del
Parque Severo Ochoa, realizado por el Grupo G, Homenaje a la navegación
de Vicente Vázquez Canónico y Árbol de la ciencia de Juan Zaratiegui.
La tendencia "modernizadora"
se consolida a lo largo de la década de los noventa con un nuevo
concepto de escultura, creada para un lugar específico, diseñada para
dar una nueva imagen del espacio urbano y recuperando la escala
monumental. Obras unidas a importantes operaciones urbanísticas que se
encargan a artistas significativos del panorama regional y nacional.
Al Elogio del Horizonte, de Eduardo Chillida, le siguieron el Monumento de la Paz Mundial,
de Manuel Arenas, Escalada, de Pablo Maojo, Génesis de Joaquín Rubio
Camín, Nordeste, de Joaquín Vaquero Turcios y la ordenación de espacios
en la Plaza del Humedal, con el Cubo luminoso en medio arco, obra de
Alejandro Mieres.
En La Providencia, se instalaron Paisaje
Germinador, de Miguel Ángel Lombardía, y Homenaje a Galileo Galilei XV,
de Amadeo Gabino; en el parque del Rinconín los eslabones unidos de
Solidaridad, obra de Pepe Noja; y en el Mayán de Tierra, se alzan las
Sombras de Luz de Fernando Alba.
Otras esculturas han visto la
luz en el umbral de los dos siglos: Evocación, en homenaje al periodista
Francisco Carantoña y realizada por J. Rubio Camín; Andarín, de Miquel
Navarro; Monumento a la República de Acisclo Manzano y
Xaime Quessada; En la memoria-Na memoria, de María Jesús Rodríguez y la
Torre de la memoria de Francisco Fresno. A estas obras se unen otras de
tendencia figurativa, más tradicionales como Sentimientos de Manuel
García Linares o Copulaciones de Pedro Sanjurjo Pieycha, entre otras. En
el año 2001 se instaló una obra de Herminio.
El Elogio del
Horizonte está concebido a partir de un modelo de pequeño formato, que
ha ido «creciendo» hasta alcanzar diez metros de altura y un peso de 500
toneladas. Está realizado en hormigón armado, en el propio
emplazamiento, el Cerro de Santa Catalina, a partir de dos pilares que
actúan como soportes de una elipse abierta. Con sus brazos acogedores y su cuerpo sólido
y, a la vez, liviano, el Elogio parece querer lanzarse a volar. El
cielo es el techo de esta casa común, en cuyo interior la música del
viento suena. El Elogio del Horizonte es también el elogio de la
naturaleza, sobre el promontorio donde hace veinte siglos un pueblo echó
raíces y escogió los límites de su hogar.
El Monumento a la Paz
Mundial es una escultura de hormigón blanco y complemento de hierro que
tiene un peso de veinte toneladas. Sus cinco módulos conforman dos
estructuras bien diferenciadas que se cruzan perpendicularmente y se
alzan sobre una plataforma circular que representa la Tierra. Los
módulos están soportados y unidos mediante cilindros de hierro. Los
cinco coinciden en un punto de encuentro, el eje central de la
escultura, un lugar para la comunicación.
El título, Génesis, da
las pistas necesarias para comprender este grupo escultórico de tres
piezas, con seis, cuatro y dos metros de altura, respectivamente, que
forman una composición abstracta y muy armónica, de
gran rigor constructivo. El hormigón empleado es de color gris y textura
lisa, elevado sobre el césped e integrado en el entorno. El jardín es
parte de la escultura, como lo es el rumor del agua que se desliza en la
fuente cercana o el bullicio de la tarde. Génesis nace cada día en esa
hora de encuentro gijonés.
Escalada se compone de varias piezas
verticales de chapa de acero, soldadas entre sí y procedentes de la
empresa siderúrgica Aceralia. Su vinculación con el Pabellón de Deportes
va mucho más allá del mero simbolismo. Esos once metros de altura que
el visitante "escala" con la vista se corresponden con la altura de los
pilares interiores del edificio, y el color rojo del monolito es
idéntico al de las gradas de la pista central. Escalada es como una gran montaña
donde la luz se refleja y rompe en mil destellos. Uno de sus laterales
está labrado con dientes de sierra, asideros hacia la cumbre, marcas en
el largo ascenso...
Nordeste tiene cuatro metros de alto por
cinco de ancho y es un inequívoco signo de vinculación entre Gijón -la
ciudad-, el mar -el Cantábrico-, y la industria, motor de desarrollo a
lo largo del siglo XX. Es Nordeste una estela, un mural. En su
estructura alternan las superficies lisas con otras superpuestas,
irregulares. Está el acero perforado, quizá para permitir que el viento
se recree en ella, cuando la luz colabora, el Nordeste parece recortado
sobre el cielo y el mar. Y está el acero oxidado por el paso del tiempo,
rojizo y duro, borracho de salitre y compañero de gaviotas que vienen a
posarse sobre sus lomos.
El Cubo de Alejandro Mieres es el elemento central de todo un espacio diseñado por el autor. Un cubo luminoso que por las noches cambia regularmente de color
es parte de la escultura, la más llamativa, pero no la única. Frente al
cubo de vidrio, las gradas, concebidas también como una escultura
urbana. Si observamos esas gradas desde las alturas, comprobaremos que
Mieres recreó en ellas los surcos de sus cuadros, su lenguaje
geométrico. El diseño de este espacio se completa con el pavimento
artístico de sus zonas peatonales, realizado por el artista Bernardo
Sanjurjo. Franjas ondulantes de distintos colores que contrastan con el
gris del suelo.
Galileo Galilei buscaría signos del cielo en la
superficie rugosa del Homenaje. El conjunto escultórico, de unos tres
metros de altura, está formado por dos estructuras geométricas
semicirculares, realizadas en acero cortén y colocadas de forma oblicua.
Cada una de esas dos estructuras está compuesta a su vez por planchas
unidas mediante soldadura, que se curvan y arquean, y dibujan rutas
concéntricas en este mapa que define mil planetas del cosmos de los
sueños.
Paisaje Germinador se abre a cualquier lectura.
Un ser de magma, un satélite espacial a punto de elevarse, un
dinosaurio destartalado y herido, un cíclope que ve mar a través de su
único ojo... Escultura sobre pedestal, muy trabajada sin parecerlo, de
casi tres metros de altura y situada en zona verde a la sombra de la
gran proa-mirador del parque de la Providencia. Una escultura que
permite ser tocada. A corta distancia, el Paisaje ofrece detalles
insospechados y sus brazos informes le dan aspecto de veleta y brújula.
Sombras
de Luz es un conjunto formado por cuatro monumentales planchas
rectangulares, de acero cortén y unos cinco metros de altura, dispuestas
en posición vertical y orientadas a cada uno de los puntos cardinales.
Cada plancha ha sido perforada en círculos de distinto diámetro, por los
que penetra la luz y se recrean las sombras. Un juego desde el que
contemplar la fachada marítima, o un trozo de ella, según la ventana
mágica a la que nos acerquemos. Cuando en los atardeceres el sol se
zambulle en el Cantábrico, las planchas de Sombras de Luz
toman el color del astro, como recién salidas del horno alto, y
proyectan a través de los agujeros su luminosidad de perfiles nítidos,
casi entubados. Focos que avisan: comienza el espectáculo.
Formas
puras de cilindros anudados. Así se explica desde el punto de vista más
material esta escultura que tiene vocación de símbolo. Realizada en
acero inoxidable, pesa tres toneladas y media y está formada por cuatro
formas cilíndricas a modo de eslabones que se entrelazan. Una cadena que
significa unión, pero también libertad, porque los eslabones de esa
cadena están abiertos, no pierden su independencia, su autonomía formal.
En Solidaridad el acero inoxidable, duro frente a la intemperie, se
vuelve de apariencia blanda y moldeable, con un acabado brillante.
Solidaridad parece retener la luz y expulsarla a los cuatro vientos.
Andarín
es una figura de tres metros de altura, sobre pedestal, realizada en
aluminio. Es el conjunto de la unión de elementos geométricos
-paralepípedos, cilindros y pirámide- que dan como resultado un
esquemático perfil humano, estilizado y ligero, y de formas tan básicas
que parece un juguete. El Andarín de Miquel Navarro es abstracto,
pero no por ello pierde su imagen de movimiento. Todo en él es
geometría, pero no por ello pierde su sentido antropomórfico. Al fin y
al cabo, ¿qué es el hombre, sino geometría?
Monumento a la
República es un conjunto escultórico de dos piezas realizadas en hierro
fundido. Una, circular y de tres metros de diámetro, está asentada sobre
una estructura cilíndrica. Sobre su superficie aparecen grabados
símbolos que nos trasladan a culturas ancestrales. Nos recuerdan la
tradición celta, pero también la milenaria egipcia, la misteriosa maya o
las culturas orientales. El segundo elemento es una columna conmemorativa,
de formas onduladas que parecen esculpidas por el viento. Observamos en
su base el rostro, con forma pero sin rasgos, de una mujer. En la copa,
el perfil más figurativo de un pájaro que otea el horizonte.
En
la Memoria-Na Memoria es un grupo escultórico formado por dos piezas,
pequeños monolitos negros de algo más de dos metros de altura y forma
irregular. Están realizados en hierro fundido e instalados en el medio
de un pequeño estanque, en buena compañía de juncos y plantas acuáticas
de superficie. Son tótems aparentemente desgastados, como fósiles
inmóviles. Vegetales hechos piedra y surcados por mil hendiduras. En su
base, un lecho de cantos rodados, un mundo de transparencias al alcance
del paseante.
Torre de la Memoria proyecta una sombra alargada,
que es parte de sí misma. Sus dimensiones contrastan con el entorno:
prisma de 16 metros de altura, de hierro y acero, sobre el que se adosan
mil pequeños relieves geométricos de acero inoxidable y formas
variadas. Torre como un faro interior; o como una chimenea, hermana de
las muchas que poblaron el paisaje industrial y que el siglo se encargó
de dinamitar. Los relieves sobre su superficie dibujan sin querer signos
y rostros, mapas de mundos inexplorados, mensajes que los dioses de la
Memoria intentan evitar que olvidemos. Torre que es, además, símbolo de
la industrialización gijonesa y recuerdo de la vieja fábrica que durante
tanto tiempo funcionó en los terrenos donde hoy se asienta el parque.
Se
trata de una pieza de grandes dimensiones, 12 metros, en la que
Herminio vuelve a manifestar su preocupación por el equilibrio
ingrávido. Es una pieza geométrica basada en un equilibrio aparentemente
imposible. La fuerza de la gravedad se equilibra con la fuerza
magnética produciendo una obra en tensión. Hay en esta pieza un equilibrio armonioso entre la referencia a un orden constructivo y cierta resonancia orgánica.